EL AMOR RESTAURADO
Desde el Jardín del Edén a la Torre de Babel, desde la destrucción de Sodoma al Éxodo de Egipto, Dios siempre ha investigado antes de actuar. Ahora, antes de su regreso, Jesús está investigando las vidas de todos los que alguna vez vivieron, revelando las elecciones que los llevaron a la salvación o destrucción. Dios quiere que quede claro y transparente al universo expectante que nadie cosechará un destino que no haya escogido.
EL MINISTERIO DE CRISTO EN EL SANTUARIO CELESTIAL
El sacrificio último de Cristo nos da la confianza de acercarnos a Dios, sabiendo que somos perdonados. Ahora Jesús está repasando nuestra vida antes de su regreso, para que no haya dudas de que sus juicios son pronunciados en amor.
Hay un santuario en el cielo, el verdadero tabernáculo que el Señor erigió y no el hombre. En él Cristo ministra en nuestro favor, para poner a disposición de los creyentes los beneficios de su sacrificio expiatorio ofrecido una vez y para siempre en la cruz. Llegó a ser nuestro gran Sumo Sacerdote y comenzó su ministerio intercesor en ocasión de su ascensión. En 1844, al concluir el período profético de los 2.300 días, entró en la segunda y última fase de su ministerio expiatorio. Esta obra es un jucio investigador que forma parte de la eliminación definitiva del pecado, tipificada por la purificación del antiguo santuario hebreo en el día de la expiación. En el servicio simbólico el santuario se purificaba mediante la sangre de los sacrificios de animales, pero las cosas celestiales se purificaban mediante el perfecto sacrificio de la sangre de Jesús. El juicio investigador pone de manifiesto frente a las inteligencias celestiales quiénes de entre los muertos duermen en Cristo y por lo tanto se los considerará dignos, en éI, de participar de la primera resurrección. También aclara quiénes entre los vivientes están morando en Cristo, guardando los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, y en éI, por lo tanto estarán listos para ser trasladados a su reino eterno. Este juicio vindica la justicia de Dios al salvar a los que creen en Jesús. Declara que los que permanecieron leales a Dios recibirán el reino. La conclusión de este ministerio de Cristo señalará el fin del tiempo de prueba otorgado a las seres humanos antes de su segunda venida
(Hebreos 8:1-5; 4:1416; 9:11-28; 10:19-22; 1:3; 2:16, 17; Daniel 7:9-27; 8:13-14; 9:24-27; Números 14:34; Ezequiel 4:6; Levíticos 16; Apocalipsis 14:6-7; 20:12: 14:12; 22:12).
LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO
Aguardamos con ansias el regreso prometido de Cristo, cuando él resucitará a sus hijos salvados y los llevará al cielo. Aunque no podemos saber con exactitud cuándo regresará, podemos vivir con la alegría de esa expectativa.
La segunda venida de Cristo es la bienaventurada esperanza de la iglesia, la gran culminación del evangelio. La venida del Salvador será literal, personal, visible y de alcance mundial. Cuando regrese, los justos muertos resucitarán y junto con los justos vivos serán glorificados y llevados al cielo, pero los impíos morirán. El hecho de que la mayor parte de las profecías esté alcanzando su pleno cumplimiento, unido a las actuales condiciones del mundo, nos indica que la venida de Cristo es inminente. El momento cuando ocurrirá este acontecimiento no ha sido revelado, y por lo tanto se nos exhorta a estar preparados en todo tiempo
(Tito 2:13; Hebreos 9:28; Juan 14:1-3; Hechos 1:9-11; Mateo 24:14; Apocalipsis 1:7; Mateo 24:43-44; 1 Tesalonicenses 4:13-18; 1 Corintios 15:51-54; 2 Tesalonicenses 1:7-10; 2:8; Apocalipsis 14:14-20; 19:11-21; Mateo 24; Marcos 13; Lucas 21; 2 Timoteo 3:1-5; 1 Tesalonicenses 5:1-6).
LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN
La nada inconsciente que es la muerte nos separa del Dios de la vida, pero la derrota de Cristo sobre la muerte significa que los salvados pueden aguardar la resurrección y la vida eterna.
La paga del pecado es muerte. Pero Dios, el único que es inmortal, otorgará vida eterna a sus redimidos. Hasta ese día, la muerte constituye un estado de inconsciencia para todos los que hayan fallecido. Cuando Cristo, que es nuestra vida, aparezca, los justos resucitados y los justos vivos serán glorificados y todos juntos serán arrebatados para salir al encuentro de su Señor. La segunda resurrección, la resurrección de los impíos, ocurrirá mil años después
(Romanos 6:23; 1 Timoteo 6:15-16; Eclesiastés 9:5-6; Salmos 146:3-4; Juan 11:11-14; Colosenses 3:4; 1 Corintios 15:51-54; 1 Tesalonicenses 4:13-17; Juan 5:28-29; Apocalipsis 20:1-10).
EL MILENIO Y EL FIN DEL PECADO
Mientras los salvados se reconectan con Dios, Satanás y sus seguidores están atrapados en este planeta. Después de mil años, Dios resucitará a los perdidos para el juicio final, antes de destruir el pecado y los pecadores.
El milenio es el reino de mil años de Cristo con sus santos en el cielo que se extiende entre la primera y la segunda resurrección. Durante ese tiempo serán juzgados los impios; la tierra estará completamente desolada, sin habitantes humanos, pero sí ocupada por Satanás y sus ángeles. Al terminar ese período Cristo y sus santos, junto con la Santa Ciudad, descenderán del cielo a la tierra. Los impíos muertos resucitarán entonces, y junto con Satanás y sus ángeles rodearán la ciudad; pero el fuego de Dios los consumirá y purificará la tierra. De ese modo el universo será librado del pecado y de los pecadores para siempre (Apocalipsis 20; 1 Corintios 6:2-3; Jeremías 4:23-26; Apocalipsis 21:1-5; Malaquías 4:1; Ezequiel 28:18-19).
LA TIERRA NUEVA
Dios recreará nuestro mundo una vez manchado por el pecado, y vivirá con nosotros para siempre. Podremos alcanzar finalmente nuestro verdadero potencial, viviendo en el amor y el gozo para el cual Dios nos ha creado.
En la tierra nueva, donde morarán los justos, Dios proporcionará un hogar etemo para los redimidos y un ambiente perfecto para la vida, el amor y el gozo sin fin, y para aprender junto a su presencia. Porque allí Dios mismo morará con su pueblo, y el sufrimiento y la muerte terminarán para siempre. El gran conflicto habrá terminado y el pecado no existirá más. Todas las cosas, animadas e inanimadas, declararán que Dios es amor, y él reinará para siempre jamás. Amén (2 Pedro 3:13; Isaías 35; 65:17-25; Mateo 5:5; Apocalipsis 21:1-7; 22:1-5; 11:15)